miércoles, 21 de diciembre de 2011

Acercaos a Dios

"Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros." Santiago 4: 8.

Entre más nos acerquemos a Dios, más misericordiosamente se revelará a nosotros. Cuando el hijo pródigo regresó a su padre, el padre corrió a recibirlo. Cuando la errante paloma regresó al arca, Noé extendió su mano y la hizo entrar consigo. Cuando la tierna esposa busca la compañía de su marido, él viene a ella sobre las alas del amor. Vamos, entonces, querido amigo, acerquémonos a Dios, que nos espera lleno de gracia, sí, y sale a recibirnos.

¿Advirtieron alguna vez ese pasaje en Isaías 58: 9? Allí nos da la impresión de que el Señor se pone a la disposición de Su pueblo, diciéndole:

"Heme aquí". Equivale a decir: "¿qué tienes que decirme? ¿Qué puedo hacer por ti? Estoy esperándote para bendecirte." ¿Cómo podríamos dudar en acudir a Él? Dios está cerca para perdonar, para bendecir, para consolar, para ayudar, para revivir y para liberar. Nuestro primer propósito debe ser acercarnos a Dios. Hecho esto, todo estará hecho. Si nos acercamos a otros, podrían cansarse de nosotros y dejarnos muy pronto; pero si buscamos solamente al Señor, Su mente no cambiará, sino que continuará acercándose más y aún más a nosotros mediante una comunión más plena y más gozosa.

Tomado de la chequera de la fe, de Charles Spurgeon

domingo, 18 de diciembre de 2011

Salmo 19



"¿Quién está consciente de sus propios errores? ¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente!  Libra, además, a tu siervo de pecar a sabiendas; no permitas que tales pecados me dominen. Así estaré libre de culpa y de multiplicar mis pecados."

Salmo 19.12-13

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Desobediencia e incredulidad

Muchas veces nos encontramos con personas que nos expresan: "Quiero creer pero no puedo, lo he intentado de mil formas pero no puedo". Estos comentarios nos pueden llevar a pensar mal de Dios de la siguiente manera: "Es un buscador sincero, se esfuerza por hallar a Dios, pero Dios no le atiende". ¿Es esto lo que enseña la Escritura? ¿Pensaremos acaso que Cristo echa fuera a los que a Él van?

Para poder entender lo que sucede leemos en Juan 3.19-20 lo siguiente:

"Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios." (LBLA)

Aquí no leemos "algunos aman la luz pero no pueden ir a ella" sino que expresa que existen sólo dos tipos de personas, aquellos que aman la luz y aquellos que la odian. El primero practica la verdad, el segundo hace lo malo. El primero va a la luz, el segundo no. ¿Qué es lo que impide al hombre ir a Cristo sino su propia necedad y rebeldía contra Dios? En su gran ceguera estas personas exclaman "yo quiero creer, pero no puedo" implícitamente nos dicen "yo no soy el problema, Dios es el problema de que yo no crea". Pero la Palabra de Dios es clara: "no vienen a la luz para que sus acciones no sean expuestas". El problema entonces no es de Dios sino del hombre y su pecado.

No podemos pensar que no tenemos nada que decirles a estos hombres cuando exclaman su "discapacidad",  el mandato de Dios es claro sobre todos los hombres: arrepentimiento y fe en su Hijo Jesucristo.

Bonhoeffer en su libro "El precio de la gracia" refiriéndose a los pastores trata con este tema:

"Debe saber que, cuando alguno se queja de falta de fe, esto proviene siempre de una desobediencia consciente o ya inconsciente."

Nos explica que es muy fácil en este tipo de situaciones proveer un consuelo barato para estas personas afligidas (lo que en su libro desarrolla como "gracia barata") y manifiesta lo siguiente respecto a esta práctica pastoral común:

Con esto, la desobediencia queda intacta y la palabra de gracia se transforma en un consuelo que el desobediente se dirige a sí mismo, y en un perdón de los pecados que él mismo se concede. Con esto la predicación se le vuelve vacía de sentido, no la escucha y aunque se perdone mil veces sus pecados, no conseguirá creer en el verdadero perdón, precisamente porque este perdón no le ha sido concedido en realidad. La incredulidad se alimenta de la gracia barata porque desea perseverar en la desobediencia. Llevará a que el hombre se endurezca en su desobediencia por medio del perdón de los pecados que se otorga a sí mismo, llevará a que pretenda no poder discernir lo que es bueno, lo que es mandamiento de Dios, afirmando que son cosas equívocas y susceptibles de numerosas interpretaciones. Lo que al principio era todavía un conocimiento claro de la desobediencia se oscurece cada vez más, se transforma en endurecimiento. El desobediente se ha enredado a sí mismo de tal forma que ya no puede escuchar la palabra. De hecho, ya no se puede creer. Entonces, entre el que se ha endurecido y el director espiritual se desarrollará, más o menos, el siguiente diálogo:

-¡Ya no puedo creer!
-Escucha la palabra; te la predican.
-La escucho, sin embargo no me dice nada, me resulta vacía, me resbala.
-Porque no quieres escucharla.
-Sí, quiero.


La mayoría de las veces, al llegar a este punto se interrumpe el diálogo, porque el director no sabe ya dónde se encuentra. Únicamente conoce una frase: "Sólo el creyente es obediente". Y con ella no puede ayudar al que se ha endurecido, al que no tiene esta fe ni puede tenerla. El director piensa entonces que se halla aquí ante un último enigma, según el cual Dios da a uno la fe que niega a otro. Con esta frase capitula. El que se ha endurecido queda solo y, resignado, continúa lamentándose de su miseria. 

¿Qué se puede hacer en estas situaciones? Bonhoeffer culmina su comentario y recomienda:

Pero es precisamente aquí donde hay que dar un giro a la conversación, un giro total. No se seguirá discutiendo; no se tomarán en serio los problemas y miserias del otro, a fin de poder centrarnos en su misma persona, que desea ocultarse detrás de sus preocupaciones. Ahora, con la frase «sólo el obediente cree», vamos a irrumpir en la fortaleza que se ha construido. El director corta el diálogo para proseguir con la frase siguiente: «Eres desobediente, te niegas a obedecer a Cristo, quieres conservar para ti una parte de soberanía personal. No puedes escuchar a Cristo porque eres desobediente, no puedes creer en la gracia porque no quieres obedecer. Te cierras a la llamada de Cristo en un lugar cualquiera de tu corazón. Tu miseria es tu pecado». Cristo mismo entra de nuevo en escena, ataca al demonio en el otro, al demonio que hasta ahora se había mantenido oculto al abrigo de la gracia barata. Ahora todo depende de que el director espiritual tenga a su disposición estas dos frases: «Sólo el obediente cree» y «sólo el creyente obedece». En nombre de Jesús debe llamar a la obediencia, a la acción, al primer paso. Deja lo que te retiene, y síguele. En este momento, todo depende de este paso. Hay que destruir la posición en la que el desobediente se ha instalado; porque en ella no se puede escuchar a Cristo. El refugiado debe salir del escondite que se ha construido. Sólo cuando esté fuera podrá volver a ver, a escuchar y a creer libremente. Es verdad que, ante Cristo, nada se ha ganado con la realización de la obra; sigue siendo en sí misma una obra muerta. Sin embargo, Pedro debe aventurarse sobre el mar inseguro para poder creer (cf. Mt 14:19).

Entonces no debemos desmayar pensando que estas personas son casos perdidos y que nada tenemos que decir, aún poseemos el privilegio de reconciliar a los hombres con Dios, por esto con la autoridad que Cristo concede a los suyos debemos llamar al arrepentimiento y la fe en el Hijo de Dios.

No pedimos que las personas mejoren su vida, arreglen sus problemas y luego acudan a Dios, sino que reconociendo su maldad se acerquen a Cristo para hallar descanso para sus almas:

"Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar." (Mateo 11:28)
 
 
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